La pelota acaba por dar la razón al Barça
Los azulgrana, con Messi a punto, fulminan a un Madrid raquítico mucho antes de la expulsión de Pepe
En otro clásico de enredos y futuras coartadas para algunos, el fútbol fue cosa del Barça y la gloria para su mejor embajador: Messi. Frente a un Madrid otra vez encogido y acuartelado, el equipo azulgrana empinó la semifinal a su manera, con mayor gusto y decisión que su adversario, que mucho antes de perder a Pepe por expulsión no tuvo otro guion que desteñir el juego barcelonista. Con Pepe no quiso, y sin Pepe no pudo. Esta vez, la pócima no resultó. Al toque de corneta de Mourinho, el madridismo ha consentido en estos días que el equipo discuta con los azulgrana desde el cuarto oscuro.
Lo hizo en la Liga y anoche, sin resultados, que eran la única excusa posible. El Barça se lo hizo pagar desde sus entrañas, con Messi como actor principal. Nadie simboliza este Barça como La Pulga. Enfrente, un remate picante del Madrid en toda la jornada y apenas un 26,4% de posesión. Datos mucho más concluyentes que una expulsión, por rigurosa que sea. Messi, el Barça, los visitantes, evitaron el mezquino cero a cero que soñaba Mourinho para retratar al Inter en la vuelta de la próxima semana.
El Madrid se puso el mono del último clásico de Liga. Fue un calco. El equipo se tapó para tapar, sin otra intención. No se trataba de incomodar para zaherir, como en la final copera, sino de evitar rasguños. Nada más elocuente que el gesto crispado de Cristiano Ronaldo al cuarto de hora, suplicando brazos al cielo que el grupo se estirara, que le acompañara en la punta final. También lo demandaba la hinchada, que brindaba con cada paso al frente de los suyos. El Madrid no está concebido, por genética y plantilla, para acomodarse en la sala de espera. Pero Mourinho es un negociante de marcadores, máxime si la partida es de ida y vuelta. Para él es un solo encuentro. Es un autor de resultados, no de fútbol con cinco estrellas. Y, hoja de servicios en mano, eficaz. Por eso llegó al Madrid en tiempos de urgencias.
El molde del Barça no es la única patente que ha triunfado en el fútbol. Hay otras vías, un amplio mosaico. Unas poéticas y otras más prosaicas y todas pueden conducir a la victoria. Mourinho tiene su atajo, el suyo propio, nada que ver con el de la institución o los gustos de la militancia de turno. Es su sello, el credo que le ha llevado a la cima y no repara en cuestiones hedonistas. En el Madrid, frente al Barça, ha aceptado que la ruta al éxito es negar al Barça antes que reivindicar a su propio equipo.
Aceptada la superioridad azulgrana con la pelota y su toque más romántico, el Madrid solo discutió a partir del gobierno de su adversario. Se refugió en su propio campo y bajó la persiana, con Lass, Pepe y Alonso en el dique, con cadenas, lo que dejó desenchufados a Cristiano, Özil y Di María. No obstante, por su cuenta, el argentino fue de nuevo una lata para Alves, contenido como nunca en su faceta ofensiva y condenado en cada cara a cara. Hasta que el Madrid ejecutó el plan Adebayor, el Barça jugó con pulcritud, sin riesgos, con el balón como hilo conductor pero sin chicha ofensiva. Hace tiempo que el Barça juega más que remata. Con su autoridad del primer acto, solo Villa y Xavi se acercaron a Casillas. Messi cada día ejerce más como otro ilustrado centrocampista y la portería no le queda tan cerca como antes, por más que sepa cómo ser puntual. Ubicuo como es, La Pulga asiste y golea. Hasta que Messi da un paso al frente, el equipo de Guardiola rompe por los costados, pero el Madrid apenas le ha concedido fugas por las esquinas.
Cuando Mourinho llamó a filas a Adebayor en lugar de Özil, el partido tuvo otra marcha. El Madrid encontró un futbolista diana en el ataque, para incomodo de los centrales barcelonistas. Con el togolés por el medio, el Barça fue algo menos geométrico, más largo y durante un rato hubo más alboroto. Al Barça todo le suponía entonces un engorro aún mayor. Hasta que Pepe, el voltaje de esta serie de clásicos, planchó la pierna derecha de Alves. Una roja que pudo ser amarilla. Pero el árbitro alemán Wolfgang Stark expulsó al madridista. Y, como a Pinto en el descanso por un enganche con Chendo, el delegado local, enfrentamiento que arrancó con el cruce entre Arbeloa y Keita, también desterró del banquillo a Mourinho, desquiciado, más que de costumbre cuando se queda con diez ante el Barça, un dictado habitual en sus tesis conspirativas.
Sin Pepe, llegó el momento de Messi. Al contrario que en el reciente envite de la Liga, esta vez el Barça supo materializar su superioridad. Afellay encaró a Marcelo a su centro al punto de penalti llegó Messi con la puntera como rifle. Chacal reapareció poco después con un eslalon diabólico, con hasta cuatro madridistas por los suelos a su vertiginoso paso, como si llevara una lagartija en la cintura. Ante Casillas resolvió como un ángel. Punto final para el Madrid. Para esta versión del Madrid, que el martes, en el Camp Nou, tendrá que soltar amarras. No le queda otra, por mucho que su técnico se escude en otras cuestiones.